Cuentos de amor, de locura y de muerte by Horacio Quiroga

Cuentos de amor, de locura y de muerte by Horacio Quiroga

autor:Horacio Quiroga [Quiroga, Horacio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción, Horror, Cuentos y Novelas cortas
publicado: 1917-11-14T23:00:00+00:00


Capítulo 12 Los pescadores de vigas

El motivo fue ciertos muebles de comedor que míster Hall no tenía aún, y su fonógrafo le sirvió de anzuelo.

Candiyú lo vio en la oficina provisoria de la 'Yerba Company', donde míster Hall maniobraba su fonógrafo a puerta abierta.

Candiyú, como buen indígena, no manifestó sorpresa alguna, contentándose con detener su caballo un poco al través ante el chorro de luz, y mirar a otra parte. Pero como un inglés a la caída de la noche, en mangas de camisa por el calor y con una botella de whisky al lado, es cien veces más circunspecto que cualquier mestizo, míster Hall no levantó la vista del disco. Con lo que vencido y conquistado, Candiyú concluyó por arrimar su caballo a la puerta, en cuyo umbral apoyó el codo.

–Buenas noches, patrón. ¡Linda música!

–Sí, linda –repuso míster Hall.

–¡Linda! –repitió el otro– ¡Cuánto ruido!

–Sí, mucho ruido –asintió míster Hall, que hallaba sin duda oportunas las observaciones de su visitante.

Candiyú proseguía entre tanto:

–¿Te costó mucho a usted, patrón?

–Costó… ¿Qué?

–Ese hablero… Los mozos que cantan.

La mirada turbia e inexpresiva de míster Hall se aclaró. El contador comercial surgía.

–¡Oh, cuesta mucho…! ¿Usted quiere comprar?

–Si usted querés venderme… –contestó por decir algo Candiyú, convencido de antemano de la imposibilidad de tal compra. Pero míster Hall proseguía mirándolo con pesada fijeza, mientras la membrana saltaba del disco a fuerza de marchas metálicas.

–Vendo barato a usted… ¡Cincuenta pesos!

Candiyú sacudió la cabeza, sonriendo al aparato y a su maquinista, alternativamente:

–¡Mucha plata! No tengo.

–¿Usted qué tiene, entonces?

El hombre se sonrió de nuevo, sin responder.

–¿Dónde usted vive? –prosiguió míster Hall, evidentemente decidido a desprenderse de su gramófono.

–En el puerto.

–¡Ah! Yo conozco usted… ¿Usted llama Candiyú?

–Me llama…

–¿Y usted pesca vigas?

–A veces; alguna viguita sin dueño…

–¡Vendo por vigas…! Tres vigas aserradas. Yo mando carreta. ¿Conviene?

Candiyú se reía.

–No tengo ahora. Y esa… maquinaria, ¿tiene mucha delicadeza?

–No; botón acá, y botón allá… Yo enseño. ¿Cuándo tiene madera?

–Alguna creciente… Ahora ha de venir una. ¿Y qué palo querés usted?

–Palo rosa. ¿Conviene?

–¡Hum…! No baja ese palo casi nunca… Mediante una creciente grande, solamente. ¡Lindo palo! Te gusta palo bueno, a usted.

–Y usted lleva buen gramófono. ¿Conviene?

El mercado prosiguió a son de cantos británicos, el indígena esquivando la vía recta, y el contador acorralándolo en el pequeño círculo de la precisión. En el fondo, y descontados el calor y el whisky, el ciudadano inglés no hacía un mal negocio, cambiando un perro gramófono por varias docenas de bellas tablas, mientras el pescador de vigas, a su vez, entregaba algunos días de habitual trabajo a cuenta de una maquinita prodigiosamente ruidera.

Por lo cual el mercado se realizó, a tanto tiempo de plazo.

Candiyú vive todavía en la costa del Paraná, desde hace treinta años; y si su hígado es aún capaz de eliminar cualquier cosa después del último ataque de la fiebre en diciembre pasado, debe vivir aún unos meses más. Pasa ahora los días sentado en su catre de varas, con el sombrero puesto. Sólo sus manos, lívidas zarpas veteadas de verde que penden inmensas de



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.